El castigo eterno en el infierno

El castigo eterno en el infierno

Este artículo versa sobre el tema más impopular del mundo: el castigo eterno en el infierno. Sin embargo, es un tema al que la Biblia le da una considerable atención. No es ningún deseo morboso el que me mueva a escribir a este artículo, sino una sincera preocupación por la vida de las personas.

Se cuenta de Carlos Peace, un criminal condenado a muerte, que tras oír los textos bíblicos acerca de los horrores del infierno y la salvación en Cristo que le recitaba mecánica y fríamente el capellán de la prisión de Inglaterra donde iba a ser ejecutado, respondió: “Señor, si yo creyera lo que usted y su iglesia dicen, aun cuando Inglaterra estuviera cubierta de costa a costa de cristales rotos yo iría descalzo, o de rodillas, a predicar a las gentes que se arrepintieran y evitaran semejante suerte. Creo que los cristianos no deberían vivir para otra cosa que para salvar almas, si realmente creyeran lo que dicen creer”.[1]

La severidad del castigo

La realidad del infierno es un hecho establecido en las Escrituras. Esta doctrina se desarrolla a lo largo de la Biblia y se puede estudiar de forma minuciosa en cualquier diccionario bíblico o teología sistemática. Las palabras de Jesús sobre el infierno son suficientemente explícitas. Por ejemplo: “Y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego” (Mat. 5:22). Otros ejemplos están en Mat. 10:28; Mat. 23:33; Mar. 9:43, etc.

Pero la Biblia no sólo presenta la realidad incuestionable del infierno sino sus severos tormentos. Allí los pecadores sufrirán terribles tormentos físicos en sus propios cuerpos resucitados para dicho castigo: “Pero los cobardes, incrédulos, abominables, asesinos inmorales, hechiceros, idólatras y todos los mentirosos tendrán su herencia en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Ap.21:8). Especialmente horrendo será el tormento espiritual al encontrarse bajo la ira de Dios, privados de su amor: “Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo” (Heb. 10:31).

A pesar de la claridad con la que hablan las Escrituras, muchas personas quieren ignorar la existencia del infierno o limitar la severidad de su castigo. Es así como hablan de “aniquilación”, dando a entender que los impíos tras la muerte o después de sufrir por un tiempo en el infierno dejarán de existir, o de “universalismo” indicando con ello que todos los humanos acabarán en el cielo y que nadie se perderá en el infierno para siempre. Pero todas esas elucubraciones chocan de frente con el punto fundamental del castigo en el infierno que es la eternidad del sufrimiento del pecador allí (Ap. 14:9-11).

Si al castigo se le retira su atributo de eterno, al infierno se le quita su verdadero temor.

La necesidad del castigo

Lo que hace al infierno terriblemente horroroso es la eternidad del castigo (Mat. 25:46). Su pena nunca se acaba (2 Tes. 1:9). Eso lleva a preguntarnos por la necesidad de tan severo castigo eterno. Y la respuesta se halla en la propia naturaleza de Dios. La ofensa a un Dios infinito sólo puede saldarse con una pena infinita. La santidad, la justicia, la sabiduría y el amor de Dios le lleva a cuidar el bienestar de su creación y a expresar su aborrecimiento al pecado. Hasta que uno no comprende la pureza de la santidad de Dios y lo perverso que es el pecado no puede comprender el justo juicio de Dios al castigar al pecador no arrepentido con un infierno eterno.

Dios es “muy limpio de ojos” (Hab. 1:13) y no puede ver el pecado. Él lo castiga sin duda alguna. Esto se demuestra en el juicio que Dios descargó sobre su amado Hijo Jesucristo. En la cruz, el Hijo de Dios, por nosotros fue hecho pecado (2 Cor. 5:21) y la ira de Dios cayó sobre él con todo su poder y furia, sufriendo allí Jesús el castigo total y absoluto que merece el pecado. El hecho de que Dios no perdonara a su Hijo en la cruz nos habla a todas luces del carácter santísimo y justo de Dios.

Que el pecador en el infierno sufrirá justa condenación es evidente por el soberbio desafío desatado contra su hacedor y su criminal instinto deicida. Dios en su bondad se dignó crear al hombre como un ser plenamente libre y responsable. Lo bendijo colocándolo en un precioso jardín por habitación con el propósito de que se enseñorease de toda la creación de Dios. Pero la historia subsiguiente la conocen hasta los niños más pequeños, de cómo Satanás en forma de serpiente tentó a la mujer y entonces Eva y Adán desobedecieron a Dios creyendo que así serían como Dios.

La salvación del castigo

Destituir a Dios del gobierno de la vida humana es a partir de entonces el instinto natural de todo ser humano y esto desde el mismo instante en que cada uno es engendrado en el seno materno (Sal. 51:5). Su instinto es de continuo el mal, es decir levantarse contra Dios quien es el sumo bien. Habiendo sido advertidos desde el principio de que la desobediencia traería la muerte (Gén. 2:16-17), no sólo desobedecieron, sino que generación a generación fueron aumentando su maldad, llegando incluso a crucificar al mismo Hijo de Dios (Mat. 20: 18-19) cuando éste se encarnó y habitó entre nosotros (Jn. 1:14).

Pero también desde el principio, tan pronto como nuestros primeros padres pecaron, se manifestó la soberanía y la gracia de Dios en forma de juicio contra Satanás y promesa salvadora para la humanidad. Las palabras que recoge el libro de Génesis capítulo 3 y verso 15 dirigidas por Dios a la serpiente han sido llamadas el proto-evangelio, es decir, el primer anuncio del evangelio, la buena noticia de salvación para el pecador: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”.

Y así fue como llegado el momento designado por Dios, la simiente de la mujer personificada en Jesucristo hirió la cabeza de Satanás. Dice el profesor León J, Wood, citado por Carballosa en su comentario al libro de Génesis (2): “Satanás hirió a Cristo cuando Jesús murió en el Calvario para pagar el precio (rescate) del hombre pecador; pero al hacer eso Cristo hirió la cabeza de Satanás, porque, por ese medio, Él hizo posible la redención para hombres y mujeres perdidos (Heb. 2:14)”.[2] Desde entonces al proclamar el evangelio se proclama la única salvación posible del castigo en el infierno.  “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch. 4:12).

[1] Leonard Ravenhill, ¿Por qué no llega el avivamiento?

[2] E. Luis Carballosa, Génesis: La revelación del plan eterno de Dios.

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