“Trae, cuando vengas, el capote que dejé en Troas en casa de Carpo, y los libros, mayormente los pergaminos” (2ª Tim. 4:13). Ahí tenemos a Pablo, preso en Roma, en los últimos años de su vida y solicitando de Timoteo los libros, en especial los pergaminos. El Espíritu Santo ha querido dejarnos el ejemplo de Pablo para que también nosotros abundemos en el buen hábito de la lectura cristiana.
A lo largo de la historia podemos observar cómo grandes hombres de Dios, creyentes que se han distinguido por su celo y servicio a Dios han practicado el buen hábito de la lectura cristiana. Agustín de Hipona, Wycliffe, Lutero, Calvino, Knox, Baxter, Owen, Whitefield, Wesley, … en todos ellos brilló siempre su amor a la lectura. El reformador inglés William Tyndale, preso también por causa de la fe, escribió al final de sus días al gobernador de la prisión en los siguientes términos: “Pero mayormente ruego y suplico a Su Clemencia que interceda ante el procurador para que tenga la bondad de permitirme mi Biblia hebrea, mi gramática hebrea y mi diccionario hebreo, para que pueda pasar el tiempo estudiando” (Carta encontrada del siglo XVI). Tyndale ya no salió de esa prisión, se cumplió la sentencia contra él y fue estrangulado y después quemado por el fanatismo religioso de la época.
Es cierto que los reformadores convulsionaron la vida religiosa del siglo XVI; pero fue la lectura de la Biblia y de las obras (libros) de los reformadores las que despertaron y edificaron a los pueblos de Europa llevándolos a la cultura y a la fe. ¡Nunca calibraremos suficientemente bien lo que el invento de la imprenta supuso para el desarrollo de la Reforma y del cristianismo! A medida que los libros salían de la imprenta eran devorados. Hoy día, triste es decirlo, los libros, la lectura, han pasado a un segundo plano en la vida de las personas en general y del creyente en particular.
El propósito de este artículo se centra precisamente en tomar conciencia de la importancia que tiene adquirir este buen hábito. Por lectura cristiana me estoy refiriendo al hecho de leer toda la literatura que tenga que ver con nuestro Dios. Aquella que una vez leída nos ha edificado como creyentes, ya sea moral, intelectual o espiritualmente.
El primer lugar debe ocuparlo la lectura y meditación del libro de los libros, la Biblia. Porque “toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2ª Tim. 3:16).
En segundo lugar, debemos leer obras teológicas, devocionales y biográficas. Es verdad que las teológicas pueden resultar, en ocasiones, algo áridas, pero con cierta constancia acabaremos sacando de ellas las preciosas perlas que contienen. La lectura devocional es un bálsamo bendito para el alma, levantando nuestros ojos del espíritu hacia nuestro buen Dios. También hallamos exhortación bíblica para meditar en las vidas de aquellos siervos de Dios que nos han precedido, considerando su conducta e imitando su fe (Heb. 13:7).
¿Cómo debemos realizar nuestra lectura cristiana?
1.- LEE EN ORACION.
Toda clase de lectura debería hacerse en oración. Tanto el niño que abre su libro de naturaleza para estudiar, como el joven que toma una novela o el adulto que estudia teología, debe orar antes de realizar la lectura. En el libro de Proverbios 3:6 se nos dice: “Reconoce al Señor en todos tus caminos y él enderezará tus veredas”. Si quieres que tu estudio se enderece y te dé fruto reconoce entonces al Señor en tu estudio. Ponlo al frente de tu lectura y ésta será cuidadosamente bendecida. La oración se hace imprescindible cuando lees la Biblia, por lo tanto, ora pidiendo la iluminación del Espíritu Santo para entender el texto sagrado.
2.- LEE CON LA MENTE Y EL CORAZON.
Debemos leer con la mente y con el corazón. No se trata solo de leer por leer, debemos leer inteligentemente. En Hechos de los Apóstoles 8:30, Felipe le preguntó al eunuco: ¿entiendes lo que lees? Aquel funcionario de Candace leía las Escrituras creyendo que eran santas y buenas, pero no las entendía. Entonces, ¿de qué le servían? Se ha de procurar por todos los medios llegar a la comprensión de lo que se lee. Nuestra mente debe entender. En cuanto a leer con el corazón, me refiero a nuestros sentimientos. Deberíamos leer con una mente abierta, sin prejuicios, limpios de corazón.
3.- LEE CON PERSEVERANCIA.
Pablo les dice a los colosenses: “Que la Palabra de Cristo more en abundancia en vosotros” (Col. 3:16). Este pasaje nos exhorta en primer lugar a perseverar en la lectura y memorización de la Biblia y colateralmente a leer aquellos libros que nos explican la Biblia. El abandono de la lectura es algo cada vez más corriente. Los nuevos tiempos con sus adelantos tecnológicos ocupan un espacio que antes se dedicaba a la lectura. Yo quiero exhortar desde aquí a la perseverancia. Recupera el buen hábito de la lectura cristiana. No abandones los libros. Tesoros excelsos de conocimiento están escondidos en sus páginas. Sobre todo, no descuides la lectura de la Biblia.